Biografía . Parte IV

(1930 - 1981)
Vida en Lima, Estadía en Nueva York (1959 - 1960)

Esos años los pasó rodeado de su descendencia de nietos pues su hijo mayor Gustavo, casado con Marta Recavarren Gastañeta, tuvo tres vástagos: Gustavo, Rebeca y Carlos. Y su hijo menor, Víctor, casado con María Gabriela de la Piedra Russo, cinco: Bertha, Víctor Julio, Clarisa, Diego y Jerónimo. Asimismo, uno de los más significativos aunque tardíos homenajes que recibió durante su activa ancianidad fue el que se le rindió en el club “Central” de Trujillo, el 4 de agosto de 1978, ocasión en que se le otorgó la Medalla de Oro de la Ciudad, se le designó Hijo Ilustre de Trujillo y el Instituto Nacional de Cultura, filial de La Libertad, le hizo entrega de un pergamino en mérito a su importante obra plástica. Estas preseas se sumaron a las que esta ciudad le había otorgado un cuarto de siglo atrás.


Fue en las décadas de su madurez en Lima que quedó fijada la imagen de su curiosa personalidad y carácter, cuya originalidad rodeó su fama de historias anecdóticas. Anécdotas risueñas que delataban un alma espontánea, independiente, sideralmente ajena a los estereotipos y las convenciones. No era por cierto nada fácil la comunicación con quien pasaba tan rápida e inopinadamente de un tema a otro en la conversación. O con quien reía inesperadamente de tal o cual aspecto de la realidad, o motejaba burlonamente de “rusticanos” a quienes poseyendo recursos económicos no se interesaban para nada en el arte.


Su singularidad desbordaba hasta en los trajines rutinarios de la existencia como en la mesa donde en un sólo plato mezclaba entradas, consomés y postres, calmando a los comensales asombrados con aquello de que el orden de los factores no altera el producto. O cuando requerido por la hora, sin poseer reloj, respondía con sorprendente exactitud, informándola de inmediato y sin titubeos al estupefacto demandante. O la espléndida estrella que lo guiaba en los juegos de azar, ganando loterías en diversas ocasiones –gracias a la fe que tenía en determinados números–, o a las cartas, en las que frecuentemente salía victorioso en su juego predilecto: el golpeado. Esta afición al juego con amigos le venía por herencia pues su padre y abuelo habían sido buenos jugadores, como era habitual en la vida provinciana. Esta inclinación lo llevaba no solo a casa de parientes y amigos aficionados, sino al club Departamental de “La Libertad” –en el segundo piso de un vetusto caserón “veneciano” del Paseo Colón en Lima– donde se presentaba a cualquier hora en busca de una partida de golpeado, pocker o la lora. Precisamente, cuando después de varios años regresó a Trujillo en 1961, para una exposición de sus obras en el club “Libertad”, fue el protagonista de un hecho que es ya parte del anecdotario de la ciudad: el día de la inauguración de su muestra Macedonio visitó a numerosos parientes y amigos que constituían el estamento superior de la sociedad por su posición y sus sólidos recursos económicos. Luego de saludarlos les pidió sus tarjetas personales. Para sorpresa de todos ellos, cuando llegaron en la noche a la inauguración de la exposición se encontraron con que sus tarjetas las había colocado Macedonio en cada uno de sus cuadros, indicando así que se habían vendido a los propietarios de cada esquela... Pero allí no terminó el asunto. En vista del éxito de venta alcanzado con un método tan expeditivo, Macedonio pidió a los socios del club “Central” que le dieran esa misma noche mesa libre, pues quería invitar a jugar al pocker a un grupo de parientes y amigos. Así se hizo. Por cierto, sus compañeros de mesa acordaron tácitamente que Macedonio tuviese todas las oportunidades de ganar. Entusiasmado por el juego –y feliz por el dinero que en los días próximos recibiría por sus pinturas vendidas–, pidió una cena espléndida para él y sus compañeros de mesa, rociada con el mejor champagne y los vinos de más alta calidad. Sin embargo, a pesar de la buena voluntad de sus colegas de juego la mala suerte se ensañó con él: cerca de las dos de la mañana había perdido la suma con la que habría podido cancelar el banquete que había dadivosamente invitado. Ya se iban todos a retirar cuando Macedonio les pidió jugar unas pocas partidas postreras. Y en ellas, para asombro de todos, recuperó lo perdido, canceló la larga cuenta del club y aún ganó una apreciable cantidad. Por cierto, la excitación del artista fue de tal naturaleza que prosiguió hasta el amanecer en la casona de los Pinillos Hoyle en la Plaza Mayor, donde en el éxtasis de la alegría interpretó entusiastamente una retahíla de piezas clásicas al piano.

Macedonio de la Torre contemplando el retrato de su madre doña Adelaida Collard Mendoza.

Macedonio de la Torre

Macedonio de la Torre en su madurez en una de sus actitudes características.

Macedonio tenía sin embargo otras curiosidades. Carlos Manuel Porras Vargas, veterano periodista trujillano, antiguo contertulio de “El Molino” y amigo de Macedonio, nos relató otro suceso que le acaeció en ese mismo año de 1961 de su visita a Trujillo: “En esos días de la exposición-venta de Macedonio, paseaba con él por las calles de nuestra ciudad a donde él retornaba después de varios años, indicándome los lugares a los que quería que lo llevara. De pronto nos acercamos por el jirón Francisco Pizarro hasta el cruce con Gamarra y pretendí dirigirme a mitad de cuadra donde está el diario La Industria. Fue entonces que Macedonio me detuvo abruptamente negándose a continuar. Sorprendido le dije: ‘Pero Macedonio, si inclusive el diario está exactamente al lado de tu casa, ¿por qué no quieres ir?’. ‘De ninguna manera –me dijo haciendo un gesto de rechazo con los dedos–, ¡esa casa me trae recuerdos muy tristes!’”.


“En otra ocasión –nos relató don Carlos Manuel Porras– cuando ocurría una dura persecución contra militantes apristas, yo estaba en Lima, donde frecuentaba a Macedonio en su estudio de la calle Mogollón. Como había estado prisionero en el año 1932 me encontraba “fichado” por la policía, razón por la cual dormía en lugares diferentes. A pesar de ello iba como de costumbre a visitar al pintor, pero no lo encontraba. ¿Qué había pasado?: Macedonio se había ocultado, convencido de que a él también lo perseguían... ¡porque era primo del jefe del Partido!”.

El poeta Julio Garrido Malaver, con quien soldó una fuerte amistad, recordaba que para Macedonio el arte lo era todo. Con su peculiar estado del humor el poeta me aseveró: “A tanto llegaba esa convicción que él me contó que cuando le dio en su viaje a Puno una pulmonía se la curó... ¡escuchando en un disco la Novena Sinfonía de Beethoven!” Pero también era a veces presa de pasiones imprevisibles como cuando se distanció de Víctor Raúl Haya de la Torre por varios años a raíz de que una sobrina de aquel líder publicó cartas contra él en revistas y Macedonio se puso a favor de ella. “Pero su actitud la mezclaba con otros curiosos sentimientos como cuando por esos años me dijo que le resultaba intolerable que Víctor Raúl, su primo hermano, durmiera en Villa Mercedes... en la misma cama en la que él había nacido”.


En la década del cincuenta concurría Macedonio a tertulias como la que se reunía en casa del ensayista Antenor Orrego, que acababa de salir libre de la prisión donde lo había confinado el gobierno del general Manuel A. Odría. Allí acudían el poeta José Lora y Lora, los hermanos Berger, el poeta Julio Garrido Malaver –cuando estaba en Lima– y Alfredo Arana quien nos aseveró “que todos ellos eran de temperamentos disímiles. Siempre se disentía. En esos días Orrego, que era el patriarca del grupo, escribió un libro inédito que tipeó mi hermana: Mi encuentro con Vallejo. El poeta Lora acababa también de escribir un libro que tituló originalmente Con sabor a mamey.


Macedonio no soportaba la penetrante mirada de Lora, y su animadversión llegó al extremo el día en que uno de los Berger llevó un retrato que había hecho del vate lambayecano, retrato que le suscitó a Macedonio una tajante declaración: “¡Insoportable!”. De inmediato se retiró indignado de la reunión...”.


“Otra de las reacciones imprevisibles suyas ocurrió en mi casa –nos contó Alfredo Arana. En esa época nos reuníamos los lunes y acudían diversos artistas. En una ocasión vino el director de la Orquesta Sinfónica de Venezuela con un conjunto de cámara. Al referirse a ciertas melodías que habitualmente interpretaban mencionó el nombre de una canción. Para sorpresa de todos Macedonio reaccionó como un resorte y le dijo: “¡Usted no debe cantar esa canción!”. Entonces intervino Adriana, la esposa de Macedonio, quien aclaró: “Mi esposo lo dice porque esa canción la canta nuestro hijo Gustavo”. Y para sorpresa final de los invitados Macedonio se retiró de inmediato con Adriana de la reunión”.