Biografía. Parte II

(1910 - 1920)
Universidad, estadía en Buenos Aires, Grupo Norte

Pero mucho más que el teatro y sus primeras tendencias hacia el dibujo, Macedonio fue arrebatado por el violín. Apenas recibió las primeras lecciones sistemáticas del maestro Manuel Tejada –que era profesor de música en el Colegio Nacional de San Juan–, se convirtió en un incansable practicante de ese instrumento hasta que lo dominó lo suficiente como para organizar veladas en su casa, donde interpretó las composiciones clásicas que con resolución y esfuerzo había aprendido. Ya con estas dotes impetuosas y naturales que lo empujaban hacia los caminos del arte, Macedonio concluyó sus estudios secundarios en 1911, iniciando los superiores al año siguiente en la Universidad de Trujillo. Más que seguir los cursos regulares del bachillerato en Letras, su experiencia mayor fue el encuentro en los claustros del antiguo convento de los Jesuitas con una pléyade de jóvenes como él que llegaban ávidos de conocimientos. Allí conoció y profundizó su amistad con César Vallejo, Federico Esquerre, Oscar Imaña, Antenor Orrego, Eloy Espinoza, Juan Espejo Asturrizaga, Alcides Spelucín, Carlos Manuel Cox, sus primos Víctor Raúl y José Agustín Haya de la Torre, Álvaro Pinillos y muchos otros. Cada uno de esos estudiantes, muy jóvenes en esos días, encerraba un enorme potencial de realizaciones en la poesía, el ensayo, el derecho, la política y la filosofía … Y fueron esos años –1912, 1913, 1914– los que anudaron para Macedonio, con su propia generación trujillana, los lazos intelectuales y emocionales que permanecerían por toda la vida en muchas y distintas circunstancias y latitudes.


Mientras la mayoría de los mencionados prosiguió sus estudios universitarios en la capital norteña, Macedonio resolvió continuarlos en Lima donde asistió a cursos en la Universidad Mayor de San Marcos en 1913 y 1914, con retornos a su ciudad durante las vacaciones de verano. A los veinte años, sin embargo ya no era un niño rey ni el hijo de papá. Lejos de la influencia familiar afloró con más ímpetu que nunca su pasión por el arte y la aventura. Y es así que, harto de las asignaturas que estaba obligado a seguir, optó por una decisión definitiva y radical. El día en que debía rendir unos exámenes hizo la siguiente consideración: antes de presentarse a la prueba ante el jurado que estaba esperándolo en un aula opuesta a la puerta principal de ingreso a la Universidad, daría dos o tres vueltas a la pileta que se levanta en el centro del patio mayor. La última vuelta la emprendería con los ojos cerrados de tal forma que, habiendo circundado la alberca, se detendría en algún punto del trayecto y abriría los ojos: si estaba frente al aula donde esperaba el jurado entraría a dar la prueba y terminaría sus estudios. Y si al abrir los ojos estaba frente a la puerta de la calle … tiraría por la borda la Universidad. Ya sabemos cual dirección le eligió el destino.

Galería posterior

Galería posterior de la casona familiar de Trujillo. Desde el descanso de la escalera dio sus primeros discursos infantiles Victor Raúl Haya de la Torre, según la tradición familiar.

Lápida de la tumba de Gerónimo de la Torre y Noriega, ancestro de Macedonio de la Torre, en la iglesia de La Merced de Trujillo.

Lápida

Fue a raíz de esta decisión que se inició la azarosa vida de trotamundos de quien todavía no había sido tocado resueltamente por la pasión de la pintura. Él quiere más bien conocer mundo, ver, sentir otros horizontes. Y el viaje se programó hacia el sur. Con dos amigos –Alberto Sotero y Eulogio Cedrón– zarparon entonces en el vapor “Aisen” con la pretensión de llegar a Buenos Aires, aunque con los escasos recursos económicos que tenían sólo lograron adquirir pasajes hasta el puerto cañetano de Cerro Azul. Sin embargo, la complicidad de un marinero les permitió llegar por unas monedas más hasta Valparaíso. Sin embargo, allí no concluyó el periplo pues Cedrón y Macedonio emprendieron una nueva e insólita aventura: dirigirse a pie … hasta Buenos Aires. Y así fue: recorrieron 320 kilómetros en once días, alimentándose solamente con galletas. ¿Qué hubiera comentado el Padre Goullon, su maestro pelotaris de atletismo y caminatas, acerca de este aprovechado discípulo?


En la capital argentina Macedonio se quedó casi dos años, de 1915 a 1917, ejerciendo para sobrevivir los más exóticos oficios. En el más pintoresco de todos le fue muy apropiado su tipo físico –piel morena, facciones aguileñas, ojos oscuros, cabellera y barba negra, todo ello en un cuerpo menudo y huesudo– pues el contratante, dueño de un café en la Plaza de la Constitución, lo anunció como … violinista gitano. Ligeramente maquillado para despistar a los demasiado observadores, y trajeado de zíngaro, el ex-estudiante sanmarquino se dedicó durante ocho horas diarias a entretener a los parroquianos con el amplio repertorio que se supone debía dominar cualquier gitano legítimo.


Esa larga estadía bonaerense lo vinculó al grupo de artistas del barrio porteño de La Boca donde figuraban como los más prestigiosos Benito Quinquela Martín y Orlando Stagnano. Es posible que el colorismo del primero de los mencionados y su gusto por los paisajes porteños haya impresionado al novel pintor trujillano que por primera vez frecuentaba de manera sistemática los talleres de artistas que recibían de Europa, de forma casi inmediata, las propuestas plásticas que allá se practicaban. Y también debe habérsele impregnado el alma de un profundo deseo de ir a conocer el Viejo Mundo, con el que estaba permanentemente comunicada esa ciudad atlántica que recibía a través de su gran puerto miríadas de inmigrantes –particularmente españoles e italianos– que dejaban atrás aquel continente sacudido por la Primera Guerra Mundial y su secuela de destrucción y miserias.