Biografía. Parte III

(1920 - 1930)
Matrimonio y estadía en Europa

Esos años europeos lo ponen en contacto directo con las obras de los grandes maestros del impresionismo –especialmente Edouard Manet (1832-1883), Claude Monet (1840-1926), Edgar Degas (1834-1917), Auguste Renoir (1841-1919), Paúl Cézanne (1839-1906), Camille Pissarro (1831-1903), Vincent van Gogh (1853-1890), Alfred Sisley (1839-1899), Paúl Gaugin (1848-1903) y Henri Matisse (1869-1954)– que dejan sentir su enorme influencia desde el último tercio del siglo XIX en que reaccionaron contra el espíritu neoclásico y contra los planteamientos impuestos a la pintura desde el segundo Renacimiento y la escuela ítalofrancesa de Fontainebleau, el siglo de Luis XIV, la escuela de Roma y las tendencia plásticas consular e imperial. Este impresionismo que se había apartado resueltamente de la mitología, de la alegoría académica, de la pintura histórica, de los elementos neogriegos del clasicismo así como de los alemanes y españoles del romanticismo, gravitaba poderosamente en las primeras décadas del siglo XX con su tenaz posición plástica de no admitir casi nada más que la visión inmediata, renegando de la filosofía y los símbolos. Y, por cierto, esta gran enseñanza descubridora del género del paisaje se constituyó en el tema por excelencia del impresionismo. Dentro de esta ancha corriente Macedonio estudió muy particularmente la técnica de los puntillistas –Georges-Pierre Seurat (1859-1891), Paúl Signac (1863-1935) y Pierre Bonnard (1867-1947)– cuya huella se lee en varias de sus obras, aunque presidida por esa forma repentista tan característica en él. En esa vasta experiencia de la pintura europea hay que destacar la formación que ejercía en el pintor trujillano la vibración de los óleos de Van Gogh con sus colores intensamente cálidos, ardientes, aplicados con óleo pastoso mediante un sabio movimiento de espátula, instrumento que usó Macedonio con persistente frecuencia, en particular en sus amplios paisajes vegetales en los que la follajería aparece en toda su frondosidad practicando ese espontaneismo caro a Max Ernst (1891-1976) y los surrealistas. Sin embargo, como en su momento lo apreciaremos, hallamos también una fuerte presencia en su obra de artistas italianos como Umberto Boccioni (1882-1916), avanzado en su patria de la pintura antiacadémica, así como de Giovanni Segantini (1858-1899), el futurista Gino Severini (1883-1966) y Telémaco Signorini (1835-1901), y, entre los alemanes, de Paúl Baum (1859-1932) y Lovis Corinth (1858-1925), así como del expresionista Emil Nolde (1867-1956) y los artistas de la tendencia Die Brüke (“El Puente”) vinculados al expresionismo y al fauvismo.

Casa de la calle del Arco, en el jirón Orbegoso, donde estaba la pensión del Arco que habitó César Vallejo.

Ospedaje de Cesar Vallejo

Estas huellas quedaron firmemente impresas a lo largo de su obra, ávida siempre por recoger con especial intensidad las novedades plásticas con una espontaneidad muy característica en él. Espontaneidad que lo mantuvo lejos de indagaciones sistemáticas y estudios formales, lo cual se transparenta en una actitud no intelectual, más bien intuitiva, comprometida exclusivamente con lo que consideraba bello. Esos siete años europeos, en una década tan notable para el arte mundial como fue el lapso de entreguerras, que vio la aparición de sucesivas tendencias y fuertes personalidades pictóricas, fueron los que enrumbaron su vida plástica. En ellos bebió durante su larga existencia limeña las raíces de su arte, aunque este experimentara las naturales búsquedas que hicieron de él un pintor con perfil propio en el medio peruano, y con hallazgos personales que lo identifican y diferencian.


En esos años coincidió en Europa, y particularmente en París, con intelectuales peruanos –y trujillanos– que estaban forjando su obra y vivían las estrecheces de una existencia dedicada al arte. En París reencontró en 1926 a su paisano de la bohemia trujillana César Vallejo, quien residía allí desde 1923. El poeta vivía en el Hotel “Richelieu” con Henriette Maisse, enviaba colaboraciones a la revista limeña Variedades, frecuentaba los cafés de Montparnasse y el de La Régence y estaba empleado en el Bureau des Grands Journaux Iberoaméricains. Vallejo cultivaba también la amistad de notorios artistas como Juan Gris, Juan Larrea –quien editó dos números de la revista Favorables, París 1926–, Vicente Huidobro, Pablo Abril de Vivero y otros que constituían el enclave español y americano de la capital francesa. A partir de 1927 y hasta 1930, en que Macedonio dejó París, su amigo Vallejo escribió intensamente, se separó de Henriette e inició relaciones con Georgette Philippart. El poeta viajó a Bretaña, a la Unión Soviética en dos oportunidades, a Alemania, Polonia, Checoslovaquia, Hungría e Italia, colaboró con El Comercio de Lima, reeditó Trilce –con prólogo de José Bergamín y poema liminar de Gerardo Diego– y, a fines de diciembre de 1930, identificado como militante comunista por las autoridades francesas, abandonó Francia dirigiéndose con Georgette a España. Aparte de Vallejo, Macedonio se vio durante su estadía en París con su primo Víctor Raúl Haya de la Torre, Gonzalo y Carlos More, Osmán del Barco, Alfonso de Silva, Juan Luis Velásquez, Demetrio Tello, Percy Gibson, José Félix Cárdenas Castro, Felipe Cossío del Pomar, Julio Gálvez Orrego y muchos otros. Macedonio, poco después de llegado a París en 1927, asistió a las clases del pintor Emile Antoline Bourdelle (1861-1929) en la Academia de la Grande Cháumiere, observó detenidamente las fundamentales obras pictóricas de los más importantes museos de la urbe, en particular el del Louvre, el de Artes Decorativas y el de Luxemburgo– al propio tiempo que participó de la intensa vida cultural de la época. Algunas peripecias de esos años, y la atmósfera que allí lo rodeó, fue recogida por él mismo en el texto “Infierno feudal” que se incluye en el libro de Ernesto More: Vallejo en la encrucijada del drama peruano, texto que reproduzco en el apéndice de este libro.