Biografía . Parte II

(1910 - 1920)
Universidad, estadía en Buenos Aires, Grupo Norte

El 10 de junio de 1917, a poco de su retorno a Trujillo, Macedonio efectuó una recepción en su casa del jirón Gamarra, en la que reunió a sus más apreciados amigos con el motivo de mostrarles sus esculturas. En esa ocasión el poeta César Vallejo leyó por primera vez su excepcional composición “Los Heraldos Negros”:

“Hay golpes en la vida, tan fuertes … Yo no sé!

Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos,

la resaca de todo lo sufrido se empozara en el alma … Yo no sé!


Son pocos; pero son … Abren zanjas oscuras en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.

Serán tal vez los potros de bárbaros atilas; o los heraldos negros que nos manda la Muerte.


Son las caídas hondas de los Cristos del alma, de alguna fe adorable que el Destino blasfema.

Esos golpes sangrientos son las crepitaciones de algún pan que en la puerta del horno se nos quema.

Y el hombre … Pobre!… pobre! Vuelve los ojos, como cuando por sobre el hombro nos llama una palmada;

vuelve los ojos locos, y todo lo vivido se empoza, como charco de culpa, en la mirada.


Hay golpes en la vida, tan fuertes… Yo no sé!”

Imaginamos la impresión que causarían estos versos hondos, medidos, contundentes en el salón principal de aquella casa en la que esta memorable velada prosiguió con la conversación y las interpretaciones de composiciones clásicas por Macedonio al violín. Esa noche marca el inicio definitivo de los derroteros vitales de muchos de los agasajados cuyos nombres ya eran gravitantes en el Trujillo del pensamiento y la creación. Aparte de los mencionados, César Vallejo y Macedonio de la Torre, asistieron: José Eulogio Garrido, Antenor Orrego, Alcides Spelucín, Carlos Valderrama, Federico Esquerre, Gustavo Romero Lozada y Laínez –futuro suegro de Macedonio y fino compositor de piezas para piano como “Emilia”, “Trujillano”, “Idilio”, “Felicidad” y muchas otras–, José Félix de la Puente, Oscar Imaña, Eloy Espinoza, Agustín Haya de la Torre, Ignacio Meave Seminario, entre otros.

Busto de niño en relieve esculpido po Macedonio de la Torre. Trujillo. Principios de la década del 20.

Busto niño

Mercedes de la Torre Collard de Gamoza y Rosita de la Torre Collard, hermanas de Macedonio, con algunos de sus parientes: Eduardo Ganoza y Ganoza, Victoria Zoila de la Torre de Cárdena de Haya, Alfredo Morales de Cárdenas, María Isabel Morales de Cárdenas y, en el triciclo, los niños Elsa y Eduardo Ganoza de la Torre, sobrinos del pintor.

Retrato de Daniel Hoyle por Macedonio de la Torre

Interesa destacar aquí que Vallejo recitó “Los Heraldos Negros” cuando estaba en plena forja del libro que, llevando por título el de este poema, publicaría al año siguiente –1918– en Lima. Vivía entonces una etapa literariamente fecunda, de intenso aprendizaje en el seno de esa bohemia norteña, y también de crisis, al cursar en esa época el quinto año de estudios universitarios que correspondía al tercero de jurisprudencia, proyecto de carrera que abandonaría para pretender seguir medicina en Lima antes de entregarse finalmente por entero y resueltamente a las letras. Asimismo, Macedonio efectuó su primera exposición individual de pinturas y esculturas en 1918, en su tierra natal, con parte de los cuadros que había exhibido en Arica y algunos otros que había realizado en Trujillo.


Al finalizar la segunda década del siglo, y cuando aquel grupo reunido por Garrido ya se había dispersado, se organizaron otras veladas artísticas en el acogedor ambiente rural de “El Molino”, casa hacienda de don Daniel Hoyle Castro, compositor y pianista de mérito que poseyó ese fundo, antigua propiedad de la Compañía de Jesús hasta su expulsión en 1767. “El Molino” –que aún subsiste– se compone de una fuerte edificación de gruesos paredones de adobe, dos danzas de arquerías que cubren otras tantas galerías en forma de L, amplias habitaciones con grandes ventanas de rejas torneadas de madera y una gran huerta con una pileta central de fierro y abundantes árboles frutales que perfuman ese parque que debió ser un apacible, encantador y bucólico jardín en otros tiempos. Hasta hace una década, era delicada y serena guardiana de ese edificio y sus memorias, doña Isabel Hoyle Cabada, hija de don Daniel, que recordaba espléndidamente desde la cima de sus noventa y cinco años lúcidos los acontecimientos ocurridos allí hacía setenta años.


Las veladas se efectuaban habitualmente los fines de semana por la noche. En ellas se conversaba, se interpretaba música, don Daniel tocaba sus composiciones en el piano de media cola que aún se conserva, y Macedonio se dedicaba a pintar y a esculpir. El lugar de reunión era el gran salón de la casona que hasta finales del siglo XX se preservaba tal como estaba en la década del veinte: planta rectangular con altos ventanales, puerta anchurosa y sombreada galería que da frente a la huerta. En este recinto se custodiaba lo que de más venerable había subsistido sin mayores cambios de cuando coincidían en este espacio las inteligencias más cultivadas de la ciudad en los años veinte. Junto con el piano se encontraban los estantes con libros de ediciones finamente encuadernados del siglo XIX y principios del XX; dibujos y acuarelas realizados por Macedonio y Constante Larco Hoyle, fotografías de caballeros y damas de la familia que mostraba una época de bellezas delicadas que posaban al lado de finos perros y esbeltos caballos de paseo; muebles románticos y art nouveau, entre los que destacaba la mecedora donde se apoltronaba Macedonio y, por cierto, dos retratos al óleo de buenas proporciones, cuya iconografía dominaba este ambiente. Uno de ellos representa a don Daniel Hoyle Castro, posando de medio cuerpo y con frente al espectador, al lado de su piano, y cuya firma reza: Macedonio 1923. Es un retrato acertado que evidencia el carácter firme, sanguíneo y tenaz del dueño de casa. Quien lo observe con detenimiento descubrirá en él un agujero a la altura del corazón: es el orificio de entrada de una bala que le disparó un pariente que, al no hallarlo en casa aquella mañana en que quería discutir con él un asunto conflictivo, descargó su cólera contra su efigie… que lo miraba desdeñosamente. El otro retrato representa al propio Macedonio en un óleo que realizó uno de los habitúes de “El Molino”: el pintor piurano Felipe Cossío del Pomar. Quién lo ha representado de pie, tocando el violín. Como acostumbró a hacerlo en otras ocasiones, Macedonio retocó las manos, –sus propias manos–, pues opinó que no se las habían dibujado como él consideraba que eran.