Biografía. Parte I

(1893 - 1910)
Infancia ("El Niño Rey")

El joven Macedonio de la Torre

El padre del pintor fue don Macedonio de la Torre y González –medio hermano de doña Zoila Victoria de la Torre de Cárdenas, madre de Víctor Raúl Haya de la Torre– entre cuyos antecesores se contaban destacados hombres públicos como don Gerónimo de la Torre, regidor del Cabildo trujillano al momento que el marqués de Torre Tagle declarara la independencia de España el 29 de diciembre de 1820, con siete meses de antelación a que hiciera lo propio en Lima don José de San Martín. Por otro lado el abuelo, don Agustín de la Torre y Urraca, pertenecía al mismo tronco familiar del religioso mercedario Pedro Urraca que murió en olor de santidad en 1657. El padre del pintor había enviudado quedando con cuatro hijas –Luz, María Antonieta, Esther y Teresa de la Torre Crespo–, contrayendo posteriormente matrimonio con otra viuda, doña Adelaida Collard Mendoza, que lo era de José Calixto Wenceslao Rosell y Borgoño, con quien había tenido dos hijos: Pío y Elena. El enlace de don Macedonio y doña Adelaida engendró tres hijos: el pintor Macedonio y sus hermanas Mercedes y Rosa. El hecho de haber nacido en el regazo de familias de bacín de plata y de ser engreído por siete hermanas como hermano varón único, le valió el apelativo con que cariñosamente lo motejaron en el Trujillo de su infancia: Niño rey. A ello hay que agregar el hecho de que Macedonio vino al mundo después que su madre sufriera la pérdida al nacer de otro hijo varón, de allí la angustia de su padre cuando en la hacienda Chuquisongo le ocurrió al niño Macedonio una caída que le produjo una conmoción, a raíz de lo cual lo cargó y arrodillándose ante un Cristo crucificado clamó desesperado: “¡Señor, a éste no me lo vas a quitar!”. Acerca de lo de Niño rey Macedonio se hizo largamente merecedor del apelativo pues su vivo ingenio y su imaginación desbordante transformaban con frecuencia la sosegada casa paterna en escenario de juegos y entretenimientos en los que hacía participar a sus primos y amigos en actuaciones artísticas y teatrales, para lo cual convertía el salón principal de la residencia en el teatro de sus comedias hilarantes de finales estrambóticos e inesperados. Y no faltaba tampoco aquel chiquillo esmirriado y canilludo –su primo Víctor Raúl– al que ya fascinaban las tribunas pues no perdía ocasión para encaramarse a un descanso de escalera, rumbo de un altillo en el patio posterior del caserón, desde donde ensayaba sus primeros discursos, para lo cual repartía generosas propinas a sus compinches de juego … para que tuvieran la paciencia de escucharle.

Vista de la Plaza Mayor y de la Catedral de Trujillo en 1909

La antigua Municipalidad de Trujillo a principios del siglo XX.

Macedonio de la Torre, Elena Rosell Collard, Mercedes de la Torre Collard, Adelaida Collard Mendoza de De la Torre y Rosa de la Torre Collard.

La abuela paterna de Adriana, doña Virgina Laínz Lozada, con sus nietas Virginia ROmero Lozada Bello, Graciela Romero Lozada Bello y Adriana Romero Lozada Bello, futura esposa de Macedonio.

En cuanto a la educación inicial, Macedonio aprendió las primeras letras con preceptoras, efectuando luego sus estudios regulares con los religiosos de la Congregación de la Misión –Lazaristas franceses de San Vicente de Paúl– que con su bonhomía, libertad y disciplina imprimieron en el niño y el adolescente la inclinación y respeto por el conocimiento, y grabaron en él el gusto por la cultura francesa que tanta gravitación ejercería en su futura carrera como pintor. Por las aulas de aquel célebre Colegio Seminario Conciliar de San Carlos y San Marcelo, regentado por los lazaristas, pasaron los estudiantes de las más notorias familias católicas no sólo de la propia ciudad de Trujillo sino de todo el departamento, y aún de otras regiones más alejadas del norte. Estos estudiantes no sumaban más de cincuenta, habiendo coincidido en la misma aula Macedonio y sus primos Víctor Raúl y Agustín Haya de la Torre. Al igual que el recientemente fundado Colegio de los Padres Franceses de Lima –denominado tradicionalmente de los Sagrados Corazones de la “Recoleta”, cuyas puertas se abrieron en 1893 para recibir a niños capitalinos, muchos de los cuales serían más tarde brillantes intelectuales y profesionales– el colegio de los Lazaristas gozaba del prestigio de la pedagogía gala, cuyo idioma fue la lengua culta y diplomática por excelencia en el siglo XIX y en las primeras décadas del XX, y cuya instrucción transmitía la vitalidad del pensamiento, el estudio y la investigación que irradiaba Francia y particularmente aquel centro mundial de la inteligencia que era París. El superior del colegio era el padre Gleninsson, secundado por los religiosos Standard, Blanc, Puech, Goujon, Rouger, Graff, Briand y Lalande. Los hijos de familias trujillanas liberales –y anticlericales– iban al Colegio Nacional de San Juan o al Instituto Moderno, escuela particular regentada por los hermanos Santiago y Carlos Uceda, éste último rector de la Universidad de Trujillo.